¿Gerente?, -Estou a vir- (voy) responde una voz
grave y añeja mientras se empieza a intuir un movimiento lento y preciso entre
útiles de cocina. Nos encontramos en el mercado del pueblo de Maputo, Anónima y
Anónima, 42 y 35, regentan un pequeño bar-restaurante
con terraza especializado en menú del día. El destino las había servido lotes
de tierra contiguos donde construir sus
casas y están asociadas desde aquel momento en el que se dio su flechazo y
comenzó un romance empresarial que las llevo por diferentes áreas de la ciudad
hasta llegar a este céntrico y concurrido mercado. Entre cervezas, sopas y pollo
con arroz y salsa de cacahuete andaba el juego de suministro, transformación y venta
del producto, área que dirigían con una astuta y refinada simpatía que nos
sedujo al grito de–Jóvenes- y, por lo visto, no solo a nosotros, sino a una
selecta clientela compuesta de varones maduros que nos miraban atónitos
mientras apuraban sus botellas en aquella soleada mañana de lunes. El instinto y
la pericia de las protagonistas las había hecho situarse en el punto más
estratégico de la plaza y, conocedoras de que la presencia de supuestos huéspedes VIP las
aporta caché y mucha reputación, lucieron sus mejores manteles y cuberterías
ante la atenta mirada de curiosos viandantes apostados en los lindes del salón.
Su tenacidad y constancia las hacía tener el objetivo claro y la habitual estructura piramidal de la familia africana, daba paso a una perfecta división
del trabajo que se repartía las tareas de elaboración de la comida yservicio al público con asombrosa destreza. Nos trataron con jovial agrado mientras orgullosas nos miraban degustar su menú y los signos de aprobación que emitíamos. Con este mismo empeño y tras acudir en más de 5 ocasiones a un concurrido laboratorio de fotografías situado en la rua 24 de Julho, solicitando fotografías de carnet, salseo en papeleras incluido, fue premiado mi tesón y me obsequiaron con estas dos instantáneas y una vez más nos volvió a abrir el apetito.

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