Toma III - ¡Quién roba a un especulador….100 años de perdón!

Anónimos/as, 53,54 y 55
años. Mirada perdida entre dos sonrisas cómplices y forzadas, sagaz interés urbanístico
contra la sabiduría ingenua de Anónima, la mujer coraje que se enfrenta al trato
de su vida. La valentía de resolver la suma de instantes difíciles que viven
los habitantes de su pequeño imperio, la fuerza a deshacerse de su puesto de
venta de Chamuças y salgadinhos y, mirando
para otro lado, se desvanece el organigrama familiar en torno a la producción
de este tipo de empanadilla de origen asiático e introducida por los marineros
portugueses por todo su imperio de ultramar. De ese mismo sitio, poco más tarde,
vinieron anónimo y anónima, él esbelto, raya marcada y ojera hinchada, ella con
una galopante carencia capilar y uñas a juego, eran los socios propietarios de
una empresa que compró el solar donde tiempo más tarde construirían un complejo
deportivo y de ocio para los ciudadanos acomodados. En este mismo lugar, tras
un paseo indiscreto por los pasillos, vistazo alrededor, ¡no hay chinos en la
costa!, me cuelo en una de sus oficinas, un tablón con decenas de fotografías de
muchos de los tratos firmados me hacen reflexionar, ¿Cuántas necesito? una es
suficiente, la meto debajo de mi camisa y la sustraigo, he de reconocer, en
este caso, que el modo de obtención no me removió ni un ápice de mi conciencia...Este
tipo de tratos desiguales se esparcen cada vez más por las áreas urbanas y
rurales de África, modus operandi, que
dribla las cinturas de un continente consciente que el remedio agudiza la
enfermedad.
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